viernes, 27 de marzo de 2009

Libro de Actas nº 4 - Marzo 27-28 de 2009 Reunión del Club de la Serpiente: el asadito

Marzo 27-28 de 2009 Reunión del Club de la Serpiente: el asadito

Siempre es aconsejable desconfiar de las cosas que devienen en rutina: la adquisición del diario, la búsqueda constante del amor, las alabanzas dispensadas a un trozo de la creación, las sonrisas cándidas que, de repetidas, se vuelven más gélidas que un grupo de carámbanos en un congelador; la mirada inquisidora sobre el papel escrito, el ejercicio de transcribir el periplo de un grupo de advenedizos que no se resignan...

Se termina por hacerse trampas a uno mismo. Mentiras piadosas, diría aquel noble español de dislocada pluma; se concluye en que se debe invitar a otros a acostarse con la mujer de uno para saber qué se siente o cómo era, tal como decía que precisaba a veces el autor de La pesquisa.

Lo cierto es que Z aguardaba con ansiedad y algo de nostalgia adelantada el momento en que debería dejar de escribir lo que pasaba cuando se juntaba con sus cofrades. ¿Y luego qué? Quizás otro cronista, una nueva tarea que reemplace a la anterior, como un narcótico para que uno adivine, por medio de las acciones siempre susceptibles de ser transcriptas, que continúa vivo. O, mejor, el siempre purificador y oportuno néctar del olvido...

Aquella noche las huestes del club se encontraban diezmadas como nunca antes había ocurrido. Exilios voluntarios, excursiones diplomáticas y amorosas habían ganado a buena parte de los miembros del Club. Lacónicamente se hallaban tres rostros bajo la plena luz del quincho: el de V, cuya mirada irradiaba una extraña pureza; el de K, en plenitud de sosiego, y el de Z, cuya barba y bigote eran de una irregularidad absoluta.

Los planos y estatutos del Instituto de Desarrollo de las Nuevas Cabezas y Espíritus en el Marco de una Lucha Sin Cuartel contra las Furias Desbocadas del Poder de la Ciudad B se hallaban desparramados sobre la mesa y Z, distraídamente, los hojeó al cabo de llegar.
El fuego ya había deparado las brasas sobre la churrasquera y K le tomaba el pulso a la carne que pronto ocuparía el festín. V, por su parte, se encargaba de la ensalada y de distribuir platos y cubiertos sobre la mesa.

Cada cual, a su modo, a lo largo de la noche, descubriría en distintos tiempos que no conocía realmente a ninguno de los otros dos, quienes, sin embargo, igual le agradaban.
El perro de K fue el que esta vez animó el espíritu de los conjurados, con sus piruetas y simulacros de obediencia. Tenía una cabeza de gran tamaño, lo que significaba un buen augurio para el posible cerebro. Se sentaba, hacía el muertito o daba vueltas, según le indicara K, quien, erguido frente al can, parecía un führer.

Luego de que comieron el asado, con alabanzas y bendiciones para K, discutieron crudamente sobre literatura, en especial K y Z; V mantenía esa actitud más o menos conciliadora que solía exasperar a Z.

Arriba, la noche cósmica continuaba su curso infinito. Las constelaciones viajaban, las galaxias y los planetas, amantes de la luz de un astro bienhechor, seguían su derrotero. Quizás, en otras tierras, en otros tiempos y espacios, seres con ojos acuosos y lenguas de rana, debatieran en su lenguaje de ostras, sobre los aciertos o fracasos de las poéticas diseminadas en su mundo.

El enigma de las palabras, ese claro laberinto en el que se han perdido generaciones enteras de hombres y en el que, inevitablemente, terminarían por perderse los miembros del Club, por separado y en conjunto. Cada cual, de modo distinto, sentía la pulsión del lenguaje casi como sentía la sangre correr por las venas. Quizás por el hecho de que ellos también pudieran ser letras, pasajes o episodios de algún libro universal, leído por algún disciplinado Lector, cuya mirada sólo descasara por las noches, en las que cada uno dormía y dejaba de existir. Al otro día, los hechos de la vida de C, X, W, Y, V, K y Z podrían retomarse tranquilamente sin mayores alteraciones, puesto que formarían parte de los recuerdos de lo que ese intemporal Lector había leído.

Para que sus compañeros percibieran la magnificencia de un pasaje, cada uno de los conjurados leía en voz alta, con devoción, los textos que la biblioteca de K proveía. Así, se desarrollaron Maluco, Adán Buenosayres, Rajatabla y Historia de cronopios y de famas... Textos plagados de guiños para destinatarios inciertos; y V, Z y K creían, por un momento, ser los cómplices de tales trazas, los descifradores de enigmas, los consentidos de oráculos y pitonisas.

Después de un rato de leer, el lugar se había poblado de fantasmas; la memoria de cada uno se había encendido y pequeños fragmentos de canciones y textos asomaban por las bocas de los conjurados. Repentinamente, una mano tomó el aerosol, que Z había llevado, y los demás estuvieron de acuerdo en dejar algún lastre sobre la ciudad. Algo que, de a poco, fuera contaminando el espacio, las conciencias; dispusiera un portal, un abismo por el que cayeran y se perdieran los miembros de la ciudad B. Con la determinación que sólo brinda la alegría, salieron a la calle y comenzaron a andar, buscando el lugar propicio para la frase indicada. Había tantas cosas que podían alterar el curso de la Historia... Si pudieran sintetizarse en una palabra o una imagen, si V, Z o K encontraran la manera, con la poca pintura y la inexperiencia de cada uno, de concretar en una pared o un pedazo de asfalto la frase, el dibujo que dejaría en ruinas la ciudad, como ocurría en la canción en la que la mirada de una mujer demasiado hermosa devastaba un país... Nada era imposible. Por las dudas, después del milagroso escrito, deberían taparse los ojos y oídos para no caer con el resto, víctimas de la mortal sentencia. Nada era imposible, sólo lo que acontecía día a día en la ciudad B...

Z fue el primero en blandir el aerosol y, extasiado, se lo alcanzó a K. Los pies de los tres circulaban en forma incoherente. No se trataba, pues, de ir al quiosco o volver del trabajo o ascender a un ómnibus. La ciudad abría sus piernas y dejaba ver el desierto en toda su extensión. Los conjurados no tenían un destino fijo para sus pasos y se movían tanteando masas de noche, dibujando en las calles la métrica de un baile secreto. Entonces, V tomó el aerosol y la ciudad, por un momento, pareció un animal herido... Nada de lo que acontecía en la ciudad B y era conmutado en cifras y proyectado como una película de la vida valía más que una sola mirada de V, una frase inspirada de K o el andar bajo la lluvia de Z...

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Al llegar a su casa, mientras se lavaba los dientes, Z observó la manchita amarilla que la pintura le había dejado en el dedo índice, y sonrió frente al espejo.

viernes, 20 de marzo de 2009

Libro de Actas - Nº 3

Marzo 20-21 de 2009 Reunión del Club de la Serpiente

“... Y vi venir una gran tristeza sobre los hombres. Hasta los mejores estaban cansados de sus obras. Una doctrina se difundió, y con ella una fe: “Todo está vacío, todo da igual, todo ha caducado”.
El Adivino, Also sprach Zaratustra –F. Nietzsche

“Vengo y voy solo ante mí y ante mil personas. Ya mi dolor, como todo se fue: el cielo debe existir...”
Flecha zen, Fuego gris L.A. Spinetta

El vehículo avanzaba a velocidad moderada y Z e Y atravesaban senderos de sombra, respirando cada porción de noche diseminada sobre la ciudad...

Horas antes habían trepado las escaleras del depto. de V, como cada uno de los constituyentes, para acomodarse en alguna de las sillas que deparaba la terraza que oficiaba de ágora para las reuniones del Club.

La noche rezumaba una imposible alegría. Ecos de risas a las que aún no podía aspirar ningún ser vivo (salvo, tal vez, algún pingüino comediante o una desteñida nutria en latitudes de hielo profundo) ganaban lentamente el espacio.

La noche parecía una enorme trampa para osos en la que sin clemencia habían caído los miembros del Club de la Serpiente. Una trampa para osos dispuesta con meticulosidad por algún insigne y anónimo Cazador, al que había que buscar mediante prácticas místicas, consumo de sustancias mágicas, defenestrasion-de-l-lenguage-y-toda-s-su-s-propi-e-dades-higualment-e-o-pres-ib-as (que kondenan a- los- hom-bres a la buska de la poehcía o a sohñar con ha-cer--le el hamor a Cirse).

Cuando Z salió a la terraza, iluminada por los vestigios de las lunas de noches anteriores, K presidía la reunión y repartía tareas. A X le había tocado el insoluble rol de apuntar los decretos y resoluciones que aquél estatuía. Lo hacía con letra prolija en un cuaderno rojo; y en los interludios del dictado, llenaba los cuadraditos de la hoja con el azul de la birome, algunos hasta la mitad, otros enteros...

La voz de K era tenue pero imperiosa. Esto lo comprendió rápidamente Z, quien se abstuvo de bromear más de lo necesario, puesto que, a diferencia de la noche en la que con C y W sucumbió al imperio del caos, esta vez había un no sé qué de solemnidad en el aire, al cual adherían todos los miembros del Club y al que, como se dijo, no tardó en acoplarse Z. En efecto, W no se encontraba esa noche (probablemente estuviera en alguna playa de O) y C tampoco. En cambio, la novedad era la presencia de F; quien decidió la música que se oiría durante la reunión.

Quizá para que se comprendiera su plegamiento a tal situación, Z, más servicial que nunca, fue a recibir las pizzas (que había encargado él mismo) cuando el repartidor las trajo.

Durante la comida, cada miembro del Club, previniendo la posibilidad de reencarnar en el reino de las bestias en la otra vida, escogió un animal en el que querría vivir. Y rompió el hielo: sería una jirafa o, en su defecto, algún bicho volátil; V, un elefante, F, un caballo salvaje, Z, a juzgar por los aullidos que había dado esa tarde en horas de trabajo, un lobo (“o hiena”, sugirió, con malicia, V) y K, un caballo. X no sorprendió a nadie cuando con su típico modo de evitar dar una respuesta dejó la pregunta en blanco para que Z, al referirse a ella en el subsiguiente informe, tuviera que utilizar los clásicos puntos suspensivos subsiguientes a su intervención: ...

Más allá de esta digresión, las órdenes de K, cual jeque de un heterogéneo harén, no cesaron ni durante la ingesta, aunque, no sería justo dejar de aclarar que se suavizaron un poco: Y sería confinada a las áridas regiones del arte y debería preparar el terreno para que el Club se manifestara en ese sentido, Z se atendría al ámbito de las ejecuciones, golpes, atracos y toda esa piratería con la que quería intoxicar a sus compañeros y de la cual, a veces, en sus momentos de flaqueo, dudaba y pensaba si no sería mejor dedicarse a clasificar mariposas sobre una plancha de telgopor. Por otra parte, X y V, según podía inferirse, funcionarían como satélites, que acompañarían el despliegue de los dos institutos anteriores y, sobre todo, del siguiente, de cabal importancia para K, quien lo asumiría en toda su eminente majestad: el Instituto de Desarrollo de las Nuevas Cabezas y Espíritus en el Marco de una Lucha Sin Cuartel contra las Furias Desbocadas del Poder de la Ciudad B.

Respecto al destino que se les asignaría a C y W, ausentes en ese momento, nada se dijo.

Finalmente, se crearían depósitos de música e imágenes, vestuario e instrumental vario y todo tipo de elementos que sirvieran al Club para incidir sobre la ciudad B, en un primer momento, y luego alterar el curso de la Historia (o, al menos, los Destinos individuales de los conjurados).

Durante todo esta escena, la participación de F fue casi nula (de hecho, Z ignoraba si estaba allí en calidad de miembro potencial o simple voyëur). Pero, una vez consumado el plan organizativo, la reunión giró en torno al embate de F contra K, quienes, cual dos caballos de ajedrez fantásticos debatieron acerca del uso de psicotrópicos y afines.

La voz de F se hizo sentir: sintaxis precisa, tono medio y articulación perfecta; desglosaba con fluidez ideas en formatos que los socios del Club raramente practicaban y aún escuchaban.

Z e Y no tardaron en apoyar secretamente, como senadores romanos, a K, quien basaba su planteo en su amplia experiencia en el tema y en el concepto de reunión de lo intelectual y lo espiritual mediante el consumo de sustancias con propiedades especiales. Por su parte, V realizó varias preguntas a F, quien respondió doctamente. X guardaba silencio y su expresión era impenetrable; no se manifestó en ningún sentido. Sin embargo, más tarde, cuando brutalmente Z confesara, para sorpresa de todos, que nunca había consumido ninguna sustancia, ni siquiera fumado marihuana, el silencio de X fue totalmente abierto y elocuente, y Z sintió la felicidad de quien le come un peón al adversario luego de una partida en la que ha cometido varios errores.

El tema se agotó después de un rato y el sueño comenzó a ganar los ánimos: todos estuvieron de acuerdo en mostrarse las risas a modo de despedida. Para estimularlas, se proyectaron algunas imágenes cómicas en la computadora de V. Fue como un benjuí. Los constituyentes salieron a la calle para sentir el eco de sus propias risas y, entre chistes malos y bromas insolentes se dijeron adiós... F y X se fueron en un remís conducido por un ex presidiario. Otro tanto hicieron Y y Z , en la moto de éste. K se marchó solo, en bicicleta.

De a poco, los ojos de V fueron despoblándose de las imágenes de sus amigos. Lo último que vieron fue la espalda de K, perdiéndose en la oscuridad como la quilla de un barco en la noche oceánica y profunda.

sábado, 28 de febrero de 2009

Libro de Actas - Nº2 "El lado activo del infinito"

Febrero 27-28 de 2009
Reunión del Club de la Serpiente: el lado activo del infinito
(dedicado a Y, a su espíritu incontrovertible)


Es sus palabras, su padre volvía a invitar a tomar un trago a su madre; trago que, finalmente, terminaría pagando ella.
Mientras Y hablaba, todos la miraban como hechizados, acaso por la insinuación de la presencia del amor que resurgía en la anécdota. A Z le fascinaban esas historias. Aunque sería más preciso decir que admiraba casi todo lo que perteneciera al pasado sin demasiados distingos: desde el imaginativo recuerdo de su propio padre de niño contemplando la marcha de un caracol en el cantero de algún jardín perdido para siempre, hasta la batalla del Peloponeso. Todo tenía la secreta dignidad de haber sido. Y para Z, que se consideraba casi inexistente (un fantasma parlante, un bufón venido a menos, en el mejor de los casos) y cuyo sentimiento de irrealidad ante el mundo lo habían llevado a afirmar alguna vez que él era el Buda; eso era suficiente.
Como redes, las miradas de los constituyentes caían sobre Y. A su izquierda estaba V, que tenía que girar unos 60 grados la cabeza para mirarla; un metro más allá (en el sentido de las agujas del reloj) estaba C y a su lado W; ambos miraban casi de frente a Y. En la otra punta de la mesa, como una torre que no ha enrocado, paralela a V, se encontraba X y a su lado Z. Ambos debían girar la cabeza (aunque para el lado opuesto al de V) para ver a Y.
Y las palabras escapaban de la boca de Y como mariposas de prematura crisálida; revoloteaban un poco en el aire, buscando la luz, y se estrellaban contra los oídos de los conjurados. Una vez dentro de sus cabezas (las que lograban entrar) desarrollarían la efímera existencia que Y había estipulado, más temprano, al comparar la vida de estos bichitos con la del ser humano, según una cita del docto U.
Los problemas del club seguían siendo los mismos de la semana anterior: el para qué, el cómo, el a-par-tir-de-cuán-do. Sin embargo, no se discutió mucho sobre eso; quizá debido a la ausencia de K, cuyo riguroso racionalismo, mezclado con su vasta experiencia en el uso de plantas psicotrópicas y su agnosticismo lo calificaban como uno de los más indicados para asumir el destino que tendría o debería tener el Club. Cuando se encontraba K todo eran roles y méritos de organización: cargos provisorios, secretarios eventuales, balances, objetivos y todo tipo de vademécum imaginable. Además, era el más antiguo de todos (le llevaba casi un año al más próximo) y había sido el alma mater o fundador (o co-fundador) del Club.
Por todo esto, y a causa de su ausencia, los miembros presentes del Club de la Serpiente se entregaron sin solipsismos a la más absoluta anarquía.
Hablaron de las tribus de su tiempo (de hecho, Z refirió un encuentro cercano del tercer tipo que había tenido lugar algunos meses atrás con un ser mitológico mitad mujer, mitad súcubo), de las posibilidades de que todo fuera azar o, simplemente, el magnífico plan de algún dios, de inquietantes tecnologías que culminarían en el homo domus y que privarían a los pájaros de la vista de seres humanos transitando por las calles. Todo esto se discutía con total seriedad y con los exabruptos intermitentes de W y Z, y a veces, C.
En algún momento de la noche se impuso el caos y Z, que había sido impelido a escribir sobre todo lo que ocurriera, se quejó de la falta de uniformidad del grupo, lo cual haría su trabajo casi imposible. En efecto, mientras W contaba alguna de sus peripecias de taxista interplanetario, V proponía una explicación para el cosmos, o bien, se limitaba a admirar la actuación de un tipo que en una película de ciencia ficción se había comportado con exactitud como marioneta cuando el libreto lo había requerido. Por otra parte, C continuaba buscando excusas para hacerse malasangre por su estancamiento en la facultad (citaba casos asombrosos: licenciados a los 20 años, doctores a los 17, fisicoculturistas a los 104). Al mismo tiempo, es posible que Y se imaginara danzando un Minué en algún salón con aire renacentista, Z pensara en la forma en que el Club debía impartir justicia y X...
X era el miembro más anónimo del grupo, por decirlo de alguna manera.. Aún esto complicaba las cosas para Z, quien debía llevar a cabo la crónica fiel de los avatares del Club.
Películas, música, pequeños cuentos cotidianos que fraguaba W y remordimientos confluyeron nuevamente en Y, quien tomó un libro y leyó para todos...
Luego de la lectura, o, quizás, antes; Z elevó una petición hacia el grupo, para que éste actuara reivindicando la dignidad de un amigo suyo, el cual había trabajado 14 horas, aproximadamente, por $42; lo cual era una miseria, etc. Al cabo, se oyeron ejemplos de todo tipo de actos injustos de todos los tiempos, principalmente, de boca de W y C; quizá, también, V.
Z advirtió que no ignoraba muchos de los tales, pero que el modo de actuar del grupo debía ser ateniéndose a lo inmediato. Por así decirlo, a la injusticia más cercana. En el fondo, temía que la inmensidad de lo injusto coartara las acciones piadosas del Club. Quizá debió haber citado al filósofo chino para reforzar su planteo: un viaje de mil millas comienza por el primer paso. Como apoyando la moción, antes o después, una voz había dicho desde el parlante del T.V.

There´s nothing you can do that can´t be done... It´s easy...

El proyecto fue avalado, al fin, de una manera u otra, puesto que V e Y dieron su anuencia y se designaron roles. El Club comenzaría a demostrar su poder en la ciudad B como un grupo de camellos que se juntan y conspiran para acabar con la fisonomía del desierto.
En realidad, el Club ya se había manifestado en lo que se conoció como “La Noche de las Margaritas”. Pero eso es otra historia. Quizá, algún día, W se las cuente.
El Club de la Serpiente, conocido también por otros muchos nombres, cúmulo de almas diversas que sólo el risueño Azar o un melancólico Dios habían podido hacer confluir, estaba en camino, por así decirlo. O, tal vez, el camino estaba en él; (si se aprecia el calambur).

lunes, 23 de febrero de 2009

Mundo por Asalto

Proyecto para tomar por asalto el mundo (aunque sea por un ratito...)

Introducción (con el propósito de liberar la animadversión de los conjurados)

Partiendo del ejemplo magno de personajes célebres como Ulises, David o Pulgarcito, que se las vieron negras al contemplar la superioridad espacial de sus contrincantes, se propone un ataque aéreo-verbal que descienda cual palomas o abejas adiestradas sobre atribuladas cabezas de los pueblerinos de turno.

Procedimiento y costos...

Para ver el texto completo --> ACÁ

jueves, 19 de febrero de 2009

Libro de Actas - Nº 1

Febrero 19-20 de 2009 Quincuagésima (más o menos) Reunión del Club de la Serpiente
...entonces C observó en forma algo docta que la notbook provenía de la familia de las máquinas de escribir. Ninguno se atrevió a presentar objeción alguna sobre tal afirmación ni a darle pie para que siguiera desarrollando su planteo.
El motivo por el cual todos contemplaban, algo fascinados, la pantalla de la notbook era que X e Y habían llevado un resumen visual de sus experiencias vividas en su viaje por el país H y trataban de proyectarlo en la prodigiosa máquina de escribir del futuro.
Casi involuntariamente Z le preguntó a V si la notbook era suya. V dijo que sí, y sonrió (o ya había sonreído y lo que Z vio fue la prolongación de la sonrisa a lo largo del tiempo).
El video no funcionaba, así que debieron posponer la proyección y se entregaron, de a poco, al ejercicio de la palabra. Hablaron del día de los enamorados, que había acontecido hacía poco, y V le preguntó a Z si alguna vez lo había festejado; Z fingió hacer uso de la memoria y dijo que no se acordaba, pero que era muy probable que sí (y, para satisfacer la curiosidad de sus compañeros comentó una simpática anécdota de sus días de “enamorado”). Paralelamente, con una sonrisa maliciosa (característica de K), K inquirió sobre lo que hizo Y ese día; “nada especial” fue la respuesta desalentadora de Y, quien contraatacó preguntándole a K si se había juntado con R. La respuesta de K fue esquiva y el tema se abandonó ahí mismo. Casi con desgana V habló de que, al igual que el día de los enamorados, tampoco festejaba su cumpleaños, que sería la semana próxima. Z dijo a K que pronto sería su cumpleaños y K respondió que sí, en el mes Q. Esto motivó que Y, V y X intentaran acordarse de los cumpleaños de todos, inclusive el de W, que no había asistido a la reunión.
Luego las discusiones arreciaron y se volvieron irreproducibles, debido a que algunos hablaban en serio y otros aprovechaban para bromear, como el que pone un palo en una rueda en movimiento. Al momento, los que hablaban en serio eran los que habían bromeado y los del palo en la rueda eran los primeros. Esto le daba una suerte de armonía al grupo, pensó, o debió pensar, K.
Entretanto, se había agregado la voz de M desde los parlantes del T.V. y, en algo así como oleadas, se filtraban sus cánticos en el ámbito de los miembros del Club de la Serpiente:
mi padre ahorró dinero y no me quiere de heredero.
Además, en el cielo habían comenzado a retratarse algunos relámpagos, como la diminuta pero invencible voz de Dios que, quizá, opinaba también, acerca de lo que debía hacerse con el Club. Porque ésa era la cuestión: todos sabían que el Club servía para algo aunque no estaba muy claro el-pa-ra-qué. Se hablaba de exposiciones en las que se instruyeran los mismos miembros del Club sobre temas tan diversos como el budismo zen o las pirámides de Ñ, la literatura de algún país en cualquier siglo o las costumbres culinarias de alguna tribu en vías de extinción. Se hablaba de teatro, de representar obras de G, LL o, incluso, T. También la idea de interferir en la vida cotidiana de los habitantes de B mediante picarescas o impiadosas acciones sobre la ciudad tenía sus adeptos (X, C y Z, eran los más entusiastas en este sentido). Finalmente, K les recordó a todos que pronto se iniciarían las clases y había que pensar en qué haría el Club para colaborar en el desempeño de cada uno en ese sentido. Todos estuvieron de acuerdo, aunque la discusión pareció enfriarse en ese punto.
A los pocos minutos llegaron las pizzas y empanadas que habían encargado. V se quejó de que el dinero para pagar se había mojado y algunos constituyentes esbozaron sus risas como banderines de una competencia de lanceros en el medioevo.
X fue la primera en servirse, lo que llamó la atención de Z, que estaba sentado a su lado. Al instante X ofreció a Z un morrón pero éste lo rechazó y el vegetal rojizo fue a parar a la porción de V, que lo aceptó con gusto.
La noche evolucionaba y bajo el cielo con nubes color borra de vino y peregrinas estrellas los amigos rumiaban las porciones de pizza y las empanadas, lo mismo que las ideas acerca del club.
De pronto, en forma siniestra, la muerte se presentó en las bocas de todos (salvo, quizá, la de X). C fue de los primeros en evocarla contando la anécdota de un amigo suyo fallecido hacía poco. Todos (salvo, quizá, X)., con infinita y enternecedora astucia intentaron encontrar una suerte de “solución” al problema de dejar de ser. Se habló, entonces, de posibles vidas ulteriores. Y confesó que sus ideas, en ese sentido eran contradictorias, K estuvo a punto de opinar pero no lo hizo, y Z creyó deducir lo que hubiese dicho. C recalcó el miedo que le daba la muerte cuando era chico. Quizá con mayor sabiduría que todos, X se limitó a contemplar en silencio a sus correligionarios y sentía cómo de a poco la vida le ascendía desde los talones, tomándola con sus manos acuosas hasta treparle a la nuca y jugar con los pelitos a hacerle cosquillas, a lo que X respondía con ese silencio justo que necesita la vida para manifestarse tal como lo había hecho eones atrás, en el Big-Bang o la explosión de Cámbrico.
Al cabo de un momento de departir sobre la muerte, se vieron en la misma situación que con la búsqueda del sentido del club: no tenían ningún tipo de certeza. Entonces volvieron a hablar del Club. Los ánimos cobraron bríos, al igual que en un relato de D y se plantearon balances, objetivos y pequeñas filosofías acerca del Club. Casi en forma amenazante, Z aseguró que escribiría para inmortalizar esa noche, cosa que repitió al rato, pero le pareció que no había sido tomado en serio por sus compañeros, por lo que decidió no tomarse en serio tampoco y jugar con la expectativa de no cumplir lo que acababa de decir.
Al rato, los ojos contemplaban el paisaje de gentes y montañas del país H y luego Un perro andaluz en la pantalla de la notbook.
Cansados todos de tanta incertidumbre y de las imágenes dentro de las imágenes, se despidieron con complicidad y se dispusieron a atravesar en sus vehículos (o a pie, en el caso de X) el laberinto de sueños de los que dormían en la ciudad para llegar a sus casas. Todos, menos V, que sólo tuvo que esquivar unos pocos fantasmas que dormían recostados en el pasillo y la escalera para trepar hasta su habitación.